Es
sábado 14 de febrero. Son las diez de la mañana y Sarah acaba de levantarse de
la cama. Se dirige medio dormida a la cocina en busca de la primera ración de
café del día. Al pasar por delante de la puerta de la calle se da cuenta de que
alguien ha deslizado un sobre por debajo de ella. Se acerca y se queda mirando
el sobre durante unos segundos. Después se agacha y recoge el sobre. Sin más continúa
su camino a la cocina con el sobre en la mano. Al entrar en la cocina deja el
sobre en la mesa y se prepara un buen café y una tostada con mermelada. Con su
desayuno y el sobre en una bandeja se dirige al comedor. Se sienta en el sofá
y toma el sobre. Sólo hay una persona que tenga esa costumbre, o más bien que
tuviera la costumbre de dejarle notas por debajo de la puerta. Pero esa
persona hacía mucho que había salido de su vida para siempre.
Respira
hondo y abre el sobre. Un trozo de papel doblado es lo único que hay en su
interior. Lo saca y lo desdobla. Su corazón da un vuelco al ver confirmadas sus
sospechas: la letra es la de “esa persona”.
La
nota es muy escueta:
“Como ves no he perdido las viejas costumbres. ¿Y tú? Yo sigo yendo los sábados, a la una, a Delit a tomar un cappuccino”.
¿Le
está proponiendo quedar? Por un momento Sarah tiene la sensación de regresar al
pasado; a esas tardes interminables en la cafetería en la que se habían
conocido. En la que soñaron con un futuro juntos. Un futuro que terminó antes
de haber llegado.
¿Qué
hace? Iván y ella terminaron de una manera un poco brusca tras cuatro años de
relación. Él se fue a trabajar a Estados Unidos durante un año, ella, mientras,
se dedicó a terminar su tesis doctoral. Mantuvieron el contacto gracias a
Skype, pero a su regreso él había cambiado, y ella tampoco era la misma. En
la vida de ambos habían sucedido cosas que les habían hecho madurar, y la
relación se fue enfriando hasta el punto de que podían estar más de una semana
sin verse, a pesar de residir en la misma ciudad.
Curiosamente,
en los últimos días, Sarah no había dejado de pensar en Iván, y todo a raíz de
haber soñado una noche con él: estaban los dos pasando el día de San Valentín
en París. Tal y como tantas veces hablaron de hacer pero, al final, como
muchos otros planes, se quedaron en eso, en planes.
Se
levanta y guarda la nota en el libro que hay encima de la mesa. Se acerca a la
ventana y mira las calles. Hace frio, pero al menos ha dejado de nevar. Es la
nieve la que nuevamente la lleva hasta el pasado. Es enero de hace tres años.
Están en Sierra Nevada sentados en frente de una chimenea, los dos solos. Se
miran a los ojos, él la sonríe, ella le duelve la sonrisa y el la besa.
Sarah
se aparta de la ventana. Son las once y media. Iván la espera, o no, a la una.
Si decide ir debe meterse ya en la ducha.
Cuando
sale de casa son las doce y media. Aún no sabe muy bien si entrará en la
cafetería cuando esté delante de la puerta. No sabe muy bien por qué se dirige
hacia allí.
Está
llegando a la cafetería y su corazón comienza a latir con fuerza.
Se detiene
delante de la puerta cuando llega. Se lo piensa unos segundos, y al final entra. No hay
mucha gente. Echa un vistazo rápido por las mesas más cercanas, él no está.
Decide ir a mirar en la mesa en la que se conocieron, esa en la que Iván estaba
sentado cuando ella le tiró un café caliente por encima. Tampoco está. Mira alrededor,
también en la barra, pero no le ve. «A lo mejor todavía no ha llegado» piensa
mientras se sienta en una mesa libre.
♥♥♥♥♥
CONTINUARÁ...
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